Reseña

La revista Criterio desbordó su cauce de reglas, normas editoriales, junta directiva, etc., para anegar la calle paraguaya en algo mucho más dinámico e incontenible: un movimiento generacional. Y de ahí la inestimable valentía de los miembros del grupo ante el peligro de abusos, torturas, calumnias y destierros, pues una red invisible de apoyo mutuo fortalecía a cada uno cuando venía a la puerta la llamada siniestra.
De ahí, por ejemplo, la fluidez con la que, en las producciones culturales del movimiento, se traspasaban los linderos artificiales entre poesía y narrativa, poesía y teatro, poesía y canto, literatura y oratura, página y calle, escritura y acto, etc.
Un fuerte ethos de excelencia. La mediocridad se asociaba con todo lo retrógrado del Paraguay, y los jóvenes de Criterio huían de ella como del mismo estronismo. Sobresalir, producir manifestaciones culturales de alta calidad, era la contraseña del movimiento. De ahí que Emilio Pérez Chaves, en ardua búsqueda del mot juste, tardó años en publicar su único poemario, perfeccionismo que sus compañeros apoyaban o toleraban afablemente.
La fuerza unificadora de un enemigo común. No hay como una amenaza externa para aunar a cualquier grupo humano, y es innegable que el odio al estronismo galvanizaba a la generación Criterio. La represión de todos los días, puntuada por momentos por sadismos especiales como el asesinato de Juan Carlos Da Costa y Mario Schaerer o la detención y exilio de Bareiro Saguier, mantenía la determinación interna del grupo, y su orientación hacia un futuro mejor.
Una fe en la cultura como arma de combate y cambio. Los de Criterio eran militantes de la Palabra, convencidos de que el lenguaje del arte, y no los fusiles o los molotovs, era a la larga la medida más poderosa contra la tiranía. “Criterio”, proclamó Marcos al aceptar el Premio René Dávalos, “apareció ungido por el calor de las ideas y en la búsqueda de valores nuevos del mañana. Surgimos para realizar la cultura como instrumento de lucha y no como adorno del espíritu…” La poesía, el canto, y la creación cultural eran actos revolucionarios, convicción que explica el activismo de Marcos hasta hoy como educador, rector universitario y promotor de las artes en el Paraguay de la pos-dictadura.