La superstición del tiempo
Al escribir estas páginas, como relámpagos mágicos acudieron a mi memoria las fogatas inextinguidas de la pasión, el remolino turbio de la espera, el vértigo encendido del encuentro con el ser amado. El insurrecto torbellino del abrazo, el empecinado buscarse de los labios dispuestos para el beso, y ese boscaje incandescente con sabor a eternidad, que nos inunda cuando el deseo rubrica la fusión de los dos amantes, envolviéndonos en un trance definitivo, con regusto a vorágine. El enigma de la reencarnación y de un amor que perdura en diversas vidas, aletea como el fulgor de las luciérnagas en el bosque del verano y emerge en muchas de mis poesías.
Quien no ha amado, ha extraviado su punto de destino.
Y quien ama, aunque el amor a veces desgarre como una filosa daga de fuego, sabe, que ese sentimiento, le da sentido a la existencia. Y es el único equipaje que no conseguirá arrebatarnos el tiempo.