La balada del río furtivo
El Olimpo es lugar habitado por Dioses, pero no son deidades
perfectas, libres de pecado y mácula, sino seres sanguíneos, pasionales,
emo-tivos y sospechosamente humanos. Rubén Acosta-Gallagher,
en “La Balada del Río Furtivo” logra, con tino y persistencia,
una simbiosis que ayunta estas mismas exaltaciones, uniéndolas con
el destino: esa inexorable e irreversible fuerza que tratamos de entender, sin lograrlo nunca; impulso, caudal que nos arrastra a lo largo
de la experiencia vital.
Un viejo maestro decía: toda narración que permita al lector
crear su propio teatro interior, o sea, que pueda lograr naturalmente
la representación mental de las imágenes y sucesos novelados, es digna
de su arte. Esta novela lo permite, con amplitud.