Volver del Abismo
Nadie negará que el la alcoholización como fenómeno social y el alcoholismo y otras adicciones instaladas en individuos concretos constituyan problemas muy serios a nivel mundial. Esto no es nada nuevo. El alcoholismo es uno de los problemas más antiguos de la humanidad. Engendra tribulación y desesperación constante en las personas y familias afectadas; preocupa profundamente a la medicina, la psicología y la psiquiatría; tiene hondas consecuencias laborales y económicas, produciendo verdaderas tragedias a la economía de un país; y también conmociona y desconcierta a las Iglesias, desafiándolas en su acción pastoral. La gravedad de este problema no solo radica en los daños que causa la persona enferma a sí misma y a su entorno familiar y laboral, sino que abarca a la sociedad entera.
El problema del alcohol es más amplio que el del alcoholismo en sí. Ingerir bebida alcohólica es una cuestión que incumbe no solo a la persona alcohólica. Aún mucho antes de llegar a ser alcohólica, la persona que bebe suele convertirse en un peligro para quienes la rodean, pues bajo la influencia del alcohol es capaz de hacer cosas que están fuera de lo común: herir y matar a otras personas, dañar bienes ajenos, convertirse en una carga social, perjudicar a la comunidad, convertirse en antisocial. Un alto porcentaje de los accidentes de tránsito se debe a los efectos de la bebida, principalmente en el caso de conductores alcoholizados. Muchísimos crímenes se cometen bajo los efectos del alcohol. Y ni qué decir de los problemas económicos causados por la carrera alcohólica. Es enorme la pérdida económica por la adquisición de bebidas, atención hospitalaria, internación carcelaria, ausentismo y pérdidas laborales, lucro cesante, delincuencia, accidentes, rupturas familiares y personas abandonadas.
El alcoholismo no es un simple problema de cifras, números, porcentajes o cantidades de gente. Es un profundo problema humano, familiar, social y espiritual. Implica la destrucción de las personas afectadas, todas ellas criaturas de Dios, hechas a su imagen y semejanza. Por ello, nadie puede decir: “Ese problema no me afecta, pues no soy alcohólico ni tengo familiares alcohólicos. Allá ellos”.