Asadacho
Esta obra no se refiere a nuestra generación ni a la venidera, más que simplemente a esa “pos-humanidad” o “pos-paraguayidad”, que debería emerger alguna vez, fuera de este superorganismo de corrupción en el que vivimos los contemporáneos, ya alejada de todos los mismos errores de siempre y la conducta genética que nos ha llevado a este abismo del que ya ¿no podremos emerger? Ojeda avizora otro apocalipsis, aquel donde los grandes intelectuales del país, desconocidos, refractarios, cuasi legendarios en su «desconocerse» como tales, se reúnen cada vez menos los fines de semana a elaborar complejos debates donde cada quien logra compartir lo poco que dejó de saber o lo que nunca sabrá, a través de un banquete, cena, almuerzo a beneficio o como el caso que comentamos, un asadacho con mucho alcohol durante una pandemia que significó para la nación una de sus peores tragedias, es decir, una excusa para que la reflexión anecdotaria, se vuelque sobre los protagonistas de miles de historias en una experiencia multi-vérsica en la que no somos más que fantasmas de una “realidad que dejó de existir.
La alteración de las bacterias descomponedoras que se alimentan del carcoma social en una depravación y libertinaje descomunal, de este desenfreno carnavalesco infectado de “normalidad” pues, a nadie extraña ni sorprende el comportamiento de nuestros compatriotas, donde los más encumbrados, son la peor casta posible, la
gente de morondanga que ha producido la peor de las involuciones, el deterioro de las buenas costumbres ya que, el hedor de la deshonestidad, indecencia, y la impureza más terminal se apoderaron finalmente del alma de la “raza guaraní” son las características esenciales de la anatomía autodestructiva de los personajes paraguayos, en su más “ocasística” desunión. Sin embargo, en el final de la novela
existe un dejo de esperanza para aquellos que estoica y valientemente, puedan atravesar los universos paralelos de la historia y llegar a entender en torno a qué gira la propia existencia.