Al borde
Debo celebrar con mucha satisfacción este nuevo poemario de Maricruz Méndez Vall. Y no es para menos, fui testigo del nacimiento de esa escritura de sostenido embalaje que la identifica. Todo comenzó en el Taller de la Universidad Iberoamericana. Entonces ella tuvo que soltar las amarras y caminar hacia la plenitud de una libertad que le enseñó que la palabra no tiene límites cuando la pigmentación es auténtica, sin los extravíos que comenten las técnicas retóricas que solo aportan el barullo rimbombante al enjuagar las palabras.
Sería injusto soslayar que Maricruz había llegado con raíces muy profundas: escribió poesías desde su militancia escolar, tal vez por una cuestión genética, llevando en cuenta que es hija de Epifanio Méndez Fleitas, destacado bardo popular, poeta y músico de atributos imborrables.
Hace ochenta largos años que la poesía paraguaya experimentó las emisiones de un nuevo carácter estético tras romper con el modernismo tardío. De ahí en más, el temperamento poético nacional atravesó los límites más insospechados y produjo una purga estética necesaria para la sanación. Quienes optaron por la improvisación y los falsos golpeteos del lenguaje tuvieron que caminar directamente hacia camposanto, un sitio tranquilo para las viejas ideas. Pasó el tiempo y bendecidos por una visión temporal de búsquedas aclimatadas, muchas cosas no se hicieron esperar. Los rapsodas construyeron sus espacios y cruzaron las fronteras hasta alcanzar las alturas de una poesía altiva bajo los cielos del mundo. Hoy, en pleno siglo XXI, las mareas tocan las puertas, los recuerdos se esparcen, las sombras y las estrellas burilan al alcance de la expresión poética que no elude las expectativas, la preocupación, los sueños, el dolor.
Todos estos temas inquietan a Maricruz en esta nueva entrega. Su poemario AL BORDE está barnizado de nostalgias que cabalgan como aquel “Castilla” de Manuel Machado, tan esencial como su hermano Antonio. En este poemario nuestra poeta no solamente experimenta los contornos de la existencia, su visión y querencia traspasa la atmósfera
utilizando una economía expresiva envidiable. Trata de redimir las cosas que fueron, pero que quedaron en lienzos de niñez, exilio y tristezas que hablan.
En su poema “Compás de espera”, evoca tantas cosas: “Hay una hora donde/ se estanca/ con tramposas/ imágenes/ la tarde somnolienta/ es
el tiempo/ de los olvidos/ un compás/ lánguido/ suena/ frente al umbral/ del sueño/ y ahí me quedo/ tan sin vos/esperando un milagro”.
Sensatez, ternura, misterio, gozo, redención, son elementos que suenan como si fueran golpeteo de alas que escapan del corazón de Maricruz, poeta cuya voz surca el viento porque sabe que el amanecer es eterno en la pulsación sincronizada de la palabra.