Los días repetidos
Sonetos
Nada es mejor que el metro fijo para montar la farsa del poema. Elegir la secuencia instintiva del pájaro, las huellas del dios en el sonido, la sílaba que encabalga verbo y espíritu, antes que la dejadez del verso blanco, orgulloso de una libertad rara vez aprovechada.
La verdadera libertad proviene del soneto, repetir hasta olvidar y olvidarse, asumir su arquitectura como una labor espiritual hasta que simplemente suceda, como un minucioso accidente, como el intrincado y a la vez clarísimo canto de cualquier pajarito.
Este raro milagro de la forma ocurre en los sonetos de Marcelo Gill, su más notable logro es volver invisible el esfuerzo, como si pudiera hablar o incluso vivir en endecasílabos.
Christian Kent