Reseña

Los relatos autobiográficos de Pirulo Gómez -conocido también por algunos como “el gran Pirulo”, y por otros como “el sabio de Guasu Cora”-nos remiten desde el inicio a aquella sublime seducción de cuando se está ante un niño que cuenta con la más tierna candidez los hechos sobrevividos a lo largo de sus 84 años de existencia. Ese es su leguaje, su estilo, el resplandor de su relato: el de un niño de 84 años que juega con las palabras como si estuviera jugando con pandorgas o a las escondidas,  sin otra pretensión que el simple hecho de jugar. La suya es una mirada sobre su propia vida, las de los demás y acerca de su producción poética, contada como si al leer se estuviera a su lado, cerca de su hamaca, o en los asientos de sus fogones; esa comunicación humana que solamente se da entre los próximos, al despertar el alba, tomando mate. De allí su inmediatez, sencillez, su sinceridad, de allí la seducción de estar ante un hombre que honestamente nos cuenta su vida y su compromiso con la vida. Algunas narraciones son como en susurros, otras socarronamente, otras para burlarse sobre sí mismo, por los demás una característica muy singular en la paraguayidad. Sin más pretensiones que la de contar, inicia sus memorias sobre los orígenes de su mundo, su maravilloso mundo inocente que no es otra cosa que una bucólica, aislada, abandonada y perdida aldea de campesinos minifundiarios de los alrededores de Villeta, conocida con el nombre de Guasu Cora. Aldea de sobrevivientes y vástagos de aquellos que lucharon, cayeron o sobrevivieron en aquella hecatombe de la Guerra grande. Allí directamente la guerra golpeó con furia, Ita Yvate, Lomas Valentinas, Avay, Pikysyry, allí dejo sus cicatrices, allí dejó su rastro y su nuevo rostro, allí dejó la guerra su nueva identidad chamuscada entre aquellos hombres y mujeres, a quienes luego golpeara de nuevo la Guerra del Chaco y la así llamada Revolución del 47.