Historia del Puerto Santa Ana
Un tiempo fabuloso
“Evocar” es un verbo activo en la mente del hombre que permite desempolvar nuestro archivo de vivencias para que los recuerdos fluyan y nos haga rememorar y emocionar. Más aún cuando los vaivenes de la vida nos han alejado de los escenarios de nuestra infancia.
Tal es el caso de Oscar, un misionero nacido en San Ignacio pero que a su infancia lo nutrió con varios años de aventuras en el puerto de Santa Ana, para luego radicarse en la capital Posadas, y establecerse más adelante en Córdoba. Su derrotero no acabaría allí, sino que los caprichos del destino lo llevarían al hemisferio norte en el que un amor mexicano lo haría echar raíces definitivas en la ciudad mexicana de Puebla.
Los largos días de encierro de la nefasta pandemia dieron lugar a un “mirar atrás”, a las raíces, para reconstruir y añorar los años transitados. Y es en la primera etapa de su vida en que las imágenes del Puerto de Santa Ana, de la provincia de Misiones, se le proyectan con una emotiva claridad.
Allí donde el caudaloso río Paraná surca profundo con sus aguas rojizas y se mete como temeraria cuña entre Argentina y Paraguay. En los muelles de ese punto portuario, en la década de los 60, la frenética actividad fluvial en la carga y descarga de productos en las barcazas era incesante; los gran-des depósitos de yerba mate y sus decenas de peones; el tránsito de pasaje-ros de y hacia Buenos Aires; la arenera con sus altos montículos de arena extraída del cauce; el destacamento de la Prefectura Marítima y los patrullajes por la costa. Y ahí nomás la Escuela Provincial No. 107; la canchita de fútbol; y no muy lejos la Fábrica de Cerámica.
Las vivencias del Puerto se entrecruzan con las del pueblo, a unos 5 kilómetros de distancia en donde, también, el progreso se manifestaba con su incesante trajinar.
Nuestro amigo Oscar logra rescatar de su memoria emotivas descripciones y anécdotas de ese pasado glorioso del que fue protagonista para divulgarlas en forma de testimonio y evitar que se desperdiguen ante el inexorable viento de los años. Es que la mejor manera de valorar el presente de un lugar es hurgar por los vericuetos de su historia.
Con esta sentida evocación sobre el pueblo de Santa Ana, su puerto, su gente, sus costumbres y su actividad cotidiana, se proclama un valioso legado de vida, para no olvidar.
Mg. Rubén Aníbal Zamboni
Comunicador Social/Profesor Universitario