Reseña

Cuando a mediados de los años setenta nos mudamos con mi familia del populoso Barrio Obrero a otro barrio un poco menos poblado, en sus alrededores, grandes lotes baldíos (muchos de ellos contiguos y casi sin alambrados) generaban aún verdaderos pulmones verdes en medio de una ciudad que iba creciendo lenta, desordenada e inexorablemente hacia una modernización mal entendida.
Estos espacios “semipúblicos”, ejercían en los niños del vecindario una inevitable fascinación, ofreciéndonos su cuota de aventura y misterio en su interior, con su fauna y su flora reminiscente de las antiguas formaciones boscosas de la zona central.
Algunas décadas después, cuando fui a visitar por primera vez al arquitecto Solano Benítez en su “Gabinete de Arquitectura”, tuve que pasar primero por lo que parecía (o era) un baldío, hasta llegar a su estudio. Atravesar ese patio fue como atravesar otro tiempo, el de una infancia perdida entre matorrales y generosas sombras de árboles centenarios. En ese momento, recién entendí la importancia de estos lugares: para una ciudad con escasas o nulas políticas públicas, sin ningún respeto hacia los espacios verdes en los entornos urbanos, los baldíos representan bolsones de resistencia.
Tuvo que pasar otra vez un cuarto de siglo para que me encontrara con un colectivo de personas que reivindican lo que denominamos “terrenos baldíos”. Cuando desde la Fundación Texo propusimos al arquitecto José Cubilla para Selección 5 una suerte de ¨manifiesto material desde la arquitectura del presente para pensar el futuro”, él nos propuso en cambio trabajar con un colectivo de arquitectos, urbanistas y biólogos (Tekohá, Mínimo Común, Raúl Rivarola y muchas otras personas) una propuesta diferente: pensar en las cuestiones más urgentes que nos afectan, no sólo en tanto ciudadanos, sino en tanto humanos. Cuestiones tan urgentes como el agua y el aire, se convertirían en asuntos centrales del programa. Así fue como nació “Terraria”: una intervención en el espacio de la Fundación Texo para experimentar desde la arquitectura y la botánica posibles soluciones para reducir los efectos más nocivos del cambio climático en el espacio urbano.
La presente exposición invita a una profunda introspección sobre la práctica arquitectónica contemporánea y su conexión con la naturaleza. Es a través de estos "oasis verdes anónimos" que se propone un ejercicio de reflexión crítica. En medio del asfalto y el cemento, se ocultan esos baldíos que, aunque parecen abandonados, son refugios de vida. Jardines donde la vegetación autóctona emerge, resistiendo las adversidades que el entorno urbano les impone. Esta maleza, en su aparente desorden, nos muestra una capacidad admirable para adaptarse, reproducirse y, sobre todo, para encontrar su lugar en un mundo hostil o indiferente.